lunes, 23 de abril de 2018

PICASSO. LA DANZA


Como vamos viendo en los post que dedicamos al maestro, la obra de Picasso es todo menos lineal o previsible, y es habitual que en el mismo año se mezclen técnicas y estilos diferentes, y los temas se reutilicen de forma reiterativa, retomándolos según distintos puntos de vista. (En expresión de Manguell, "trabaja en círculos concéntricos")
Esto es perfectamente visible en esta obra, realizada al tiempo (1925) en que realiza sus obras del retorno al clasicismo (aquí analizamos una de las más representativas) y los últimos experimentos del cubismo sintético, siendo además el inicio de lo que será (hacia mediados de la década de los 20) las metamorfosis que le conducirán al Guernica (aquí las analizamos).




























Su situación personal era de crisis, la de su matrimonio con Olga, y su afán de experimentación le estaba llegando a agotar tanto el cubismo sintético como su peculiar clasicismo.
Frente a todo esto surge un nuevo interés, el del surrealismo, creado oficialmente un año antes por Breton. Picasso se movía en sus círculos y muy pronto se sintió fascinado por alguna de sus más extravagantes teorías que buscaban bucear en el interior humano y encontrar sus más ocultos deseos, frustraciones y patologías para exponerlas a la sociedad bienpensante europea.


La obra, denominada la danza, lo es más en lo espiritual que en los físico: tres mujeres se contorsionan (especialmente la de la izquierda) como si estuvieran verdaderamente poseídas por un mal sin cura.
Algunos críticos han querido ver en ellas una interpretación personal de las Tres Gracias, aunque yo me inclino por una reutilización tan sólo de la imagen (algo muy habitual en el pintor) que cambia por completo de significado (véase el hombre del cordero)
Algunos de sus rasgos aún nos recuerdan al cubismo sintético de los Tres Músicos, como los papeles pintados del fondo, el uso del color o la construcción de algunas figuras a través de perfiles, casi de papeles recortados. Pero lo que ha desaparecido por completo en este cuadro era fina ironía ;la Danza es pura angustia y enajenación.
Es el influjo del surrealismo (siempre teñido de expresionismo en la obra picassiana) que recoge algunos temas tan queridos para el nuevo movimientos como la mujer-mantis (aquella que devora a su amante), representada en la boca vertical de la mujer de la izquierda, una boca vertical (vagina) duramente dentada.

Hay también una tendencia a las formas filiformes que bien podría relacionarse con el mundo de los insectos que, en esos mismos años, Dalí estaba utilizando sistemáticamente.
Pero esta pintura no sólo bebe de influencias (propias o ajenas, a Picasso francamente le daba igual la procedencia, era un verdadero caníbal visual) sino que se proyecta hacia el futuro, siendo el primer eslabón del horror y la violencia formal que serán la base, primero de sus aterradoras bañistas, y más tarde de sus crucifixiones y mujeres que lloran que culminarán en el Guernica (aquí explicamos el proceso con más tranquilidad)
Es, el fondo, el retorno de las Señoritas de Avignon a las que se ha eliminado carnalidad y potenciado emocionalidad, quitándoles sus máscaras románico-africanas para permitirlas gritar toda la angustia que las corro por dentro.

Frente al curioso perfil de la izquierda se ha hablado de un homenaje a su amigo de la bohemoa juvenil Ramón Pichot (muerto ese mismo año) igual que la sombra de Casagemas rondaba a la Señoritas de Avignon



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