jueves, 9 de abril de 2015

LA TORRE EIFFEL


La arquitectura del hierro y el cristal llegó a su madurez con esta obra, tan criticada en el momento como admirada después.
Su creación viene vinculada con una nueva exposición universal, la de 1889, centenario de la Revolución.
Para ella se utilizaron los terrenos de los Campos de Marte para los tradicionales pabellones que serían culminados por la famosa torre, curiosa estructura sin otro fin que la expresión de la capacidad de la nueva técnica.

Con 300 metros de altura, fue construida en dos años, dos meses y cinco días con un sólo accidente mortal, siendo financiada por el propio Eiffel, que puso en riesgo su prestigio y hacienda en un proyecto que, como ya veíamos aquí, polarizó a la opinión pública, aún muchos años después de ser levantada.

Su estructura se sustenta en cuatro grandes pilares inclinados (que luego fueron ocupados por ascensores), unidos por amplísimos arcos que compactan el primer piso.



Sobre ellos una complejísima estructura de pesos diseñada por varios ingenieros del bufete Eiffel, va creando una malla de acero que se subía ya semimontada desde su base y remachada en caliente en el lugar concreto.



Se ahorraba así tiempo y permitía la especialización de las decenas de obreros que trabajaban en ella, perfectamente protegidos por novedosas medidas de seguridad.
La falta de verdaderas paredes permitía una mayor resistencia al viento y minimizaba la contracción-expansión de los materiales debida a la oscilación térmica.
Creaba por otra parte un monumento traslúcido, extrañamente ingrávido peso a su asombrosa masa que muy pronto se convirtió en el gran hito urbano de París

Un hito vertical que se sobreponía a las tradicionales cúpulas barrocas y daba una nueva imagen y sentido a la ciudad, que elevaba la ciencia (que tantos experimentos realizará en ella) sobre la propia religión, inaugurando la estética de las torres que cruzará el océano para imponerse con la Escuela de Chicago.

Se iniciaba un nuevo tiempo en donde la estética (al menos la tradicional estética de la arquitectura) dejaba paso a la ingeniería pura, sin ningún tipo de enmascaramiento que será la base de la arquitectura del XX

«Mirada, objeto, símbolo, la torre es todo lo que el hombre pone en ella y que todo es infinito. Espectáculo mirando y mirando, edificio inútil e irreemplazable, mundo familiar y símbolo heroico, testigo de un siglo y monumento siempre nuevo, objeto inimitable y sin cesar reproducido, es el signo puro, abierto a cada tiempo, a todas las imágenes y a todos los sentidos, la metáfora sin freno; a través de la torre, los hombres llevan esta gran función de la imaginación, que es su libertad, ya que ninguna historia, por muy sombría que sea, jamás pudo quitársela».

 Roland Barthes, La Tour Eiffel, Editorial Delpire, 1964.


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