miércoles, 1 de abril de 2015

EL SUEÑO. COURBET


























Siempre hablamos del escándalo como instrumento artístico que Manet utilizó a lo largo de su vida (sólo hace falta recordar su Olimpia y su Almuerzo en la hierba).
Sin embargo, olvidamos que el origen de esta actitud hay que buscarla en el mundo de los realistas. Como ya vimos aquí, las caricaturas políticas de Daumier fueron escandalosas para su tiempo, igual que los campesinos y su terrible condición que una y otra vez retrató Millet.
Pero si alguien resultó ser el verdadero azote de la sociedad biempensante del Segundo Imperio fue Courbet, que una y otra vez se empeñó en sacar a la luz todo lo que no se quería mirar.
Como un Zola (que tan amigo fue de Manet) o un Proudom (amigo de Courbet), pintó niños trabajando hasta la extenuación, picapedreros, obispos que imponían una atmósfera de resignación...
Una faceta más de esta presentación de lo innombrable fue sus obras que dedicó al sexo, como el famoso Origen del mundo.

Un sexo prohibido por las costumbres, más aún cuando se hablaba de lesbianismo (si aún hoy causa escándalo en muchos, imaginad cómo podría ser en el siglo XIX).
En mujeres a la orilla del Sena ya se insinuaba el tema, aunque todavía recubierto por un cierto tono costumbrista.


























Courbet. Mujeres a la Orilla del Sena

Sin embargo en el Sueño cualquier velo desaparece y dos mujeres desnudas duermen abrazadas y,  acaso, una tiene un sueño erótico (como afirman algunos críticos).
La polémica estaba servida, aunque el cuadro pasara a pertenecer a un curioso embajador turco (también poseedor del Origen del Mundo o el Baño turco de Ingres).

























La pintura tiene, frente a lo escandaloso de su tema, un fuerte poso clásico, e igualmente que luego sería Olimpia, retoma las fuentes venecianas de la pintura mitológica de Tiziano.




















Tiziano. Venus, el Amor y la Música

Sin embargo en ellas el desnudo se "justificaba" bajo la apariencia de tema mitológico, igual que las famosas odaliscas románticas (Ingres, Delacroix, Fortuny) lo hacían bajo la excusa del orientalismo, la visión de otra sociedad y cultura no vinculada a las normas occidentales.
Sólo Goya en su famosa Maja desnuda se había atrevido a tanto (y de nuevo para un comitente muy especial, Godoy), aunque el desnudo sólo fuera eso, una mujer sin ropa, y no una pareja femenina entrelazada y dormida, puesta a la vista del voyeur.
Picasso. Desnudo. 1971

Ni Renoir en sus toilettes ni mucho menos Picasso, especialmente en su etapa final, olvidarán esta obra que rompía tabúes sociales.



























Técnicamente es uno de los cuadros mejor pintados del siglo, tanto en las anatomías, el tacto de la carne, la composición o los magníficos bodegones que se colocan en las esquinas del cuadro, realizados con una pincelada que cambia según los objetos y una luz cristalina digna del mejor Tiziano













































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